Hace unos días, los algoritmos, cada vez más omnipresentes, me llevaron a ver una entrevista de un tal Tucker Carlson al candidato a presidente de Argentina Javier Milei. Entrevista de amplia repercusión parece, ya que hasta el dueño del medio, Elon Musk, la habría recomendado.
No soy una persona muy sólida en cuanto a opiniones mediáticas (o armadas desde los medios, mejor), por esto no es de mi interés inmiscuirme en la entrevista y sus temas importantes (el papa, el aborto, la clase política argentina, la inflación, el medio ambiente, las agendas impuestas, el dólar, etc, etc.), sólo me quería referir a un tema que tocaron Carlson y Milei, que me sorprendió, no por especialista, simplemente por lo inesperado que resultaba en ese entorno: En un momento empezaron a opinar sobre arquitectura y estética en un tono casi apocalíptico o digamos, futbolero.
Ante una pregunta con respuesta incluida de Tucker sobre las contradicciones que percibía en la arquitectura de Buenos Aires, contradicciones que aludían a una arquitectura esplendorosa que debía convivir con horribles edificios de hormigón, hecho que para Tucker parecía indicar el ápice de la sinrazón de un país caído en desgracia, Milei respondió sin la menor sorpresa, que todo lo que el periodista norteamericano estaba sufriendo en la París de América, era resultado del socialismo y el comunismo, ya que esos horribles edificios cuadrados y de hormigón, representan el paisaje oscuro que el comunismo imaginó para nosotros.
No es mi intención seguir adelante con lo que recuerdo de esa entrevista, a la que cada uno sabrá encontrarle su sentido, o no. En realidad, lo que me movió a escribir sobre esto se basa en la curiosidad que aquellos minutos de opiniones sobre arquitectura y estética me provocaron. Un periodista y su entrevistado, candidato a presidente, coincidiendo en una cuestión tan específica como el color político de la arquitectura y los valores e influencias de sus estéticas. Lo menos que me lleva a pensar es que los tiempos de Lenin, Mussolini, Hitler o Miterrand y sus arquitecturas ideológicas están de vuelta, y con ellos un sospechoso manto de intervención sobre la producción cultural. Si nos remitimos a la arquitectura, tal como lo han hecho nuestros convidados, podríamos hasta entusiasmarnos especulando que esto animaría un debate refrescante, que nos libere del sopor crítico basado en el vale-todo-si-se-ve-bien-en- Instagram, ¿verdad?... En este contexto, lo dudo.
Volvamos ahora a la posición coincidente de los dos personajes: hormigón y cuadrado se asumen como sinónimos de feo, descuidado, mal gusto, desagradable y pobre. Herencia, según ellos, del socialismo y el comunismo. Esto se podría leer, o al menos me pareció, que los adelantos tecnológicos, estéticos y racionales, es decir, quizá los principales parámetros de una modernidad que logró iluminarse sobre siglos de medioevo y monarquías, ahora resultan denigrantes para esta sociedad, ¿una sociedad que se identifica con Abu Dabi, Disney o la estética de un crucero?... Prefiero no pensarlo.
Creo que sería bueno que estos personajes, en especial quien se precia de argentino de los dos (al otro le podemos perdonar su ignorancia en este tema), tome algo de nota de la cultura y la historia de la arquitectura del país. Quizá así se enteraría que, inclusive en sus años de esplendor liberal a los que tanto alude, Argentina fue capaz de construir el rascacielos de hormigón más alto del mundo y uno de los más maravillosos edificios de Buenos Aires todavía hoy, como es el Kavanagh (tengo entendido que su promotora no era comunista[1]), o que a referentes de la cultura como Amancio Williams o Clorindo Testa se les ocurrió usar el hormigón de maneras en que pocos lo habían hecho hasta entonces, produciendo obras de tanto valor, belleza y trascendencia como el Teatro Colón, al menos.
Según dicen, para muestra basta un botón, pensé. Y hasta aquí llegó mi humilde reflexión sobre lo visto casualmente... lo que sigue es casi un pie de página:
El destino digital me tenía otras sorpresas guardadas, ayer, buscando el video de la conferencia anterior para ajustar posibles errores de memoria, me encontré con un compilado de notas y declaraciones del propio Milei, que me aclararon algo la vehemencia y seguridad de aquellos juicios estético-políticos que se me ocurrió poner en duda. Resulta que ya hace tiempo, Milei reivindica a su ideología libertaria una absoluta superioridad estética. Lo que resulta aún más místico en sus dichos es que va más allá de su conocimiento arquitectónico (sic) para adjudicarse el invento de la minifalda y la bikini, hitos estéticos indiscutibles (aunque algo misóginos podríamos decir) pero que, ahora sí, me dejan sin argumentos racionales para continuar.
Ricardo Sargiotti / 20 Septiembre 2023
[1] El edificio Kavanagh de Buenos Aires, originalmente “Edificio Plaza San Martín”, fue inaugurado el 2 de Enero de 1936, como voluntad de Corina Kavanagh en la búsqueda de otros horizontes económicos para los ricos hacendados irlandeses en Buenos Aires, y la afortunada intervención del estudio de los arquitectos Sánchez, Lagos y De la Torre que, según Eleonora Menéndez, adoptan a gran escala, soluciones tecnológicas sin las cuales sería imposible sólo pensar en ello: hormigón armado, generación eléctrica, ascensores, acero y revestimientos.
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