top of page

Arquitectura y pestes

Cada vez más lejos























Los tiempos de enfermedades bacterianas

–particularmente tuberculosis–

dieron nacimiento a la arquitectura moderna,

a edificios blancos despegados

del “suelo húmedo donde se propagan las enfermedades”[1]




La arquitectura de la modernidad nos separó del suelo con sus pilotis y nos enseñó que las ventanas mas grandes y las superficies lisas y claras nos ayudarían a enfrentar las enfermedades bacterianas, en especial la tuberculosis. La última pandemia nos separó de nosotros mismos ya que el otro era el peligroso portador del virus, y no el suelo húmedo y pestilente; también nos alejó de los lugares habituales para recluirnos en la seguridad de nuestras casas, desde allí nos habituaríamos al contacto humano a través de pantallas. Por último, pareciera que ante el colapso ecológico, la salvación nos llegará alejándonos del planeta, hacia la luna, marte o, el infinito y más allá.


El alejamiento está presente en cada una de las soluciones que encontramos para sortear las enfermedades y nuestros temores, cada vez alejamientos mayores, de lo físico a lo etéreo, ya ahora sin lugar y pronto sin gravedad, es como si Hegel hubiera condensado en cien años el paso de la pesada arquitectura a la música y la poesía.


Primera Fase, Lejos.


¡Alejémonos del suelo y llevemos el jardín a nuestras terrazas! Imagino a Le Corbusier recalcando esas palabras enfáticamente en alguna conferencia, mientras pienso que aquella idea invitaba a volar, abandonando la tradición de los edificios enraizados en el suelo, nos proponía una bailarina clásica en puntillas para reemplazar el golpeteo sobre la tierra de las danzas folklóricas.


De ahí en más, el vocabulario de la arquitectura se vería afectado radicalmente, y aunque resulte natural que los pilotis, la planta libre y la terraza jardín hayan “aparecido” entre los Cinco puntos para una nueva arquitectura para convertirse en parámetros estéticos de la modernidad del S.XX, para Beatriz Colomina, aquello no fue sólo una iluminación del gran Corbu, sino una respuesta madurada, meditada y muy racional para hacer frente a las enfermedades y epidemias de su tiempo.


En su libro Are we Human?[1],Colomina encuentra una justificación al viejo dilema sobre el origen de la boite en l’air o la separación del suelo[2]promovida enfáticamente por Le Corbusier: Los tiempos de enfermedades bacterianas –particularmente tuberculosis– dieron nacimiento a la arquitectura moderna, a edificios blancos despegados del “suelo húmedo donde se propagan las enfermedades,” tal como expresaba Le Corbusier, superficies lisas, ventanas grandes, y terrazas para tomar el curativo sol y el aire fresco[3].


Pocos años después, Alvar Aalto, para quien el propósito principal de los edificios es actuar como un instrumento médico[4], usó aquellos recursos directamente al servicio del tratamiento en el Sanatorio antituberculoso de Paimio. Aalto no aleja el edificio del suelo literalmente, no hay pilotis aquí, sin embargo, acerca los pacientes al sol de una terraza a veintitrés metros de altura: aire y sol, lejos de la tierra, es donde se encuentra la curación.


De ahí en más, el lenguaje de la arquitectura, pasó a ser funcional a los avances médicos y la necesidad creciente de ambientes estériles que nos mantengan alejados de los focos infecciosos, y con ellos, del suelo.


Segunda Fase, un poco más Lejos.


Mientras la modernidad arquitectónica reaccionó a las pestes de comienzos de S.XX alzando sus edificios del suelo, iluminando y ventilando mejor, es decir, usando las construcciones como naves que debían llevar adelante la salvación, la pandemia del COVID-19 nos llevó un poco más allá, aunque poniendo la arquitectura nuevamente al centro de la escena.


Por una parte, las repetidas cuarentenas (lock-down) enfrentaron a la mayor parte de la humanidad al ambiente inmediato en que vivía, y así descubrir la inutilidad de algunas cosas, y la necesidad de muchas otras. El hecho de mudarse a la casa propia las 24 horas, y alojar el trabajo, la escuela de los hijos, y hasta el gimnasio, se convirtió en un curso acelerado de crítica arquitectónica: la ubicación y el tamaño de las ventanas, los espacios divisibles y las salas aisladas o, hasta el mínimo balcón, tomaron un valor pocas veces considerado.


Aunque esta consecuencia resultó traumática para algunos y un aprendizaje para otros, quizá el fenómeno más radical de esta pandemia sobre la arquitectura, vendría del cambio en el modo de vincularse los unos con los otros. El alejamiento como medida preventiva transformó al semejante, entendido como potencial portador del virus, en un peligro al que debía ponerse distancia y, para esto, nada mejor que mantener las comunicaciones mediadas por una pantalla. Las plataformas o aplicaciones digitales tomaron el rol de la sala, el café, o la vereda misma, es decir, los que hasta entonces eran lugares de encuentro, planeado o casual, se convirtieron en una pantalla ubicada en algún lugar del planeta, y las reuniones dejaron de ser casuales, debían ser pactadas de antemano.


Según Byung-Chul Han, este modo de comunicación deshace, en general, las distancias. [y]La destrucción de las distancias espaciales va de la mano con la erosión de las distancias mentales. Es posible trazar un paralelo entre la destrucción de las distancias a las que alude Han, a la pérdida de valor del espacio como cosa física, ya separado de la experiencia real: es un no-lugar permanente, donde el otro pareciera estar ahí, aunque la distancia mediada por la pantalla lo sitúe en cualquier lugar.


Así las cosas, para la arquitectura, los resultados aparecen ambiguos y contradictorios: por una parte, la pandemia obligó a tomar conciencia crítica sobre el hábitat inmediato, requiriendo del mismo nuevas performances que podrían resultar en un mejoramiento de la oferta habitacional especulativa, al menos. Por otra, la desconfianza del encuentro interpersonal manifestada en el alejamiento físico podría poner jaque la cuestión primaria de comunidad y sus lugares de encuentro tal como los conocemos, un alejamiento que disimula sus peligros debajo de una (supuesta) inexorable y alegre adaptación a las nuevas tecnologías.


Tercera Fase, Lejísimo


Existe una fundación llamada The Mars Society (www.marssociety.org) que desde 1998 tiene como objetivo educar al público, los medios y los gobiernos sobre los beneficios de explorar Marte y llevar presencia humana permanente al gran planeta rojo. En la declaración de su fundación expresan que: Tenemos que ir por la oportunidad. El asentamiento en el Nuevo Mundo Marciano es una oportunidad para un noble experimento en el cual la humanidad tiene otra chance de deshacerse de las viejas valijas y comenzar un mundo de nuevo; llevando consigo lo que más podamos de nuestra mejor herencia, y dejando lo peor atrás. Estas chances no son frecuentes, y no deben ser condenadas a la ligera[5].


De su declaración (no escrita por Bradbury) podemos deducir que la chance para salvarnos de esta última peste global, una peste que ya no sería ni bacteriana ni viral, sino ecológica, la solución pasa por escaparnos del planeta y comenzar un mundo de nuevo. Por suerte, también remarcan que allá, en Marte, podremos usar nuestra mejor herencia(¿la que no estamos usando aquí?) dejando atrás las viejas valijas, cargadas de Hitlers, Stalins y deforestaciones, supongo.


Para esta fundación, Abiboo Studio, desarrolló un proyecto junto a SON Network, para una ciudad auto-suficiente y sostenible[6]que alojaría un millón de personas en un refinado ambiente marciano y lo mejorque llevaría desde aquí: plantas, animales y gente (con buenas costumbres). Otros Starchitects han ya presentado sus modelos posibles de asentamiento para Marte y la Luna, por lo que podemos deducir que ni en aquellos nuevos mundos podremos escaparnos de ellos.


En este último alejamiento de las pestes de este planeta, transportados por naves de Tesla o de Virgin, las posibilidades se habrán agotado, y no tendremos más distancia que poner. Sólo queda por esperar que en Marte o la Luna, volvamos a estar más juntos.

Ricardo Sargiotti



[1]Are we human? Notes on an archeology of design/ Beatriz Colomina y Mark Wigley, 2016 [2]Ibid

[3]Sobre esta acción de la arquitectura moderna, fielmente representada en los pilotis y la planta libre de Le Corbusier, resulta también interesante la tesis de A. M. Vogten su libro Le Corbusier, the Noble Savage, en cuanto a una posible afinidad de LC con el tema, a través de su conocimiento infantil de los asentamientos Neolíticos sobre palafitos presentes en las costas de lagos suizos.

[4]Are we human? Notes on an archeology of design/ Beatriz Colomina y Mark Wigley, 2016

[5]Citado en: How the Corona Virus will reshape Architecture, Kyle Chayka, The New Yorker. 2020

[6]Founding Declaration, The Mars Society. www.marssociety.org








bottom of page