Adjudican a Paul Klee la frase “dibujar es sacar a pasear el lápiz”, quizá la más refinada expresión para significar lo que se siente al dibujar: dejar correr el trazo, celebrándolo y dejando que se celebre.
Pero el mero deleite no alcanza, la autocomplacencia sobre el resultado se desvanece si no hay, detrás de él, una historia para contar o una fuente de donde beber.
Los croquis de viajes (probablemente, la primera escuela de arquitectura) son modos de recordar a priori, de asegurarse su eterno retorno. Le Corbusier decía que un viaje que no puede ser contado o “hecho al revés” es un viaje fallido, inútil, por eso a temprana edad abandonó la cámara fotográfica para dibujar en sus viajes (algo similar decidió Umberto Eco, cuando en lugar de fotografiar, comenzó a mirar).
El paso del reconocimiento y el aprendizaje a la acción es muy sutil. Los croquis de proyecto, sean un garabato informe o un detalle constructivo, son una interface insuperable para pensar y realizar, para comunicar y para comunicarse, son nuestras muletas, y además nuestras muecas y ademanes.
Si juntamos por un momento la poesía de Klee al pragmatismo corbusierano, hasta podríamos decir que cuando la arquitectura no puede ser dibujada (descrita, contada o re-contada) estaríamos perdiendo una gran parte, no?
PS: tengo dos queridos amigos que hacen del croquis un ballet que el mismo Klee envidiaría; sus dibujos, pero más aún, su dibujar, parecen flotar sobre el papel, son Marco Rampulla y Gerardo Caballero, a ellos esta humilde reflexión.
Ricardo Sargiotti / Mayo 2018