top of page

Ser arquitecto, hoy

gehry-22

Esta nota también fue escrita para mis colegas de la cátedra de Diseño Arquitectónico 4 UCC unos días antes que “Aprender Arquitectura”, la entrada anterior. Describe, con algunas correcciones, el contexto que le dio origen.

El futuro no es lo que era[1]

Si bien tenemos mayor acceso a la información que nunca antes en la historia del hombre, los pronósticos sobre cómo será la sociedad en la que viviremos son prácticamente impredecibles. Por experiencia sabemos que los cambios tecnológicos que afectan a la sociedad tienen una velocidad exponencial, a la vez que los escenarios políticos, al menos desde 1989 a la actualidad, no dejan de sorprendernos. Basta revisar teorías y comportamientos de hace quince años atrás (una generación) a la luz de la actualidad, para caer en cuenta que ciertas cosas cambiaron radicalmente, y que muchos de ellas no fueron planificadas, sino producto de cadena de casualidades (Facebook, por ejemplo). A su vez, las fases de dichos cambios también se aceleran: desde el invento a su aplicación los tiempos son cada vez más cortos y la sociedad que los recibe, los pone a prueba y adopta dando un feedback en tiempo real.

En la actualidad viven personas que debían pedir una comunicación telefónica a una operadora para realizarla cuando las líneas estuvieran disponibles mientras hoy ellas mismas pueden hablar y ver a sus nietos en cualquier lugar del planeta usando su celular[2].

Esta situación de cambio permanente produce, ante todo, ansiedad y desazón para luego traducirse en inestabilidad en las relaciones interpersonales y, considerablemente, en el contexto laboral donde el conocimiento comenzó a ser el verdadero capital de diferenciación, aunque sin abandonar aquella ansiedad original. Precisamente en el nuevo escenario laboral, las brechas de acceso se acrecientan, especialmente allí donde las tareas o procedimientos dependen todavía de una formación anclada en el pasado y que parece sentirse cómoda mirando su ombligo.

Cómo y cuánto este fenómeno de cambio permanente afecta al entorno en que vivimos tiene innumerables consecuencias: los cambios del ecosistema y sus secuelas climáticas ya no son una premonición; la urbanización del planeta crece rapidamente, pero junto a la desurbanización de las ciudades; el poder de monopolios internacionales arrasa con cualquier cultura local hacia la total homogenización de economías, paisajes y ciudades (y también de experiencias!), convirtiéndolo todo en un gran Disneylandia. Y más cerca nuestro, fenómenos como el de marketing urbano, que construye íconos costosísimos e inútiles, o la apología del desarrollista que, en connivencia con el estado decide el paupérrimo paisaje que habitamos y habitaremos.

Como contrapartida, el acceso en tiempo real a la información y la posibilidad de expresarse activando el consenso colectivo, sin la intervención de medios interesados, implicaría una suerte de fiscalización del ciudadano común sobre los actos que lo afectan; en pocas palabras, el acceso a las tecnologías contemporáneas de difusión masiva facilitan, como la realidad lo demuestra, acciones de solidaridad nunca antes pensadas a nivel global, hecho que repercute en una conciencia planetaria, de un espacio común, de derechos universales y de obligaciones que dicho espacio común nos demanda.

Se podría decir entonces, que aquellos fenómenos que experimentamos en la actualidad, consecuencia de siglos de evolución y de errores, mirados bajo la lupa de una sociedad más informada y, por ende, más comprometida y participativa, debería movernos a trabajar en un escenario positivo que haga uso inteligente de las herramientas que la tecnología pone a su alcance.

La Arquitectura como disciplina

Si revisamos esta situación de aceleración de los cambios bajo la óptica de nuestra disciplina, notaremos que la misma se encuentra frente a realidades que ponen en jaque las maneras en que la arquitectura se entiende profesión y se imparte como disciplina

– Los cambios se suceden, aunque de manera más lenta, en el campo laboral. La profesión entendida como aquel que aconseja y satisface a su cliente individual resulta anacrónica en la actualidad. La tasa de empleos según esta mecánica se contrae considerando la cantidad creciente de egresados y los cambios en el mercado de la construcción.

– Sin embargo, en realidades como la nuestra, dichos encargos (viviendas unifamiliares “a medida”) continúa ocupando gran parte de los profesionales en actividad[3]aunque tal situación sólo puede ser sostenida por honorarios miserables, trabajo en negro, software ilegal y resultados poco profesionales.

– De lo anterior se desprende una de las mayores paradojas: el déficit de viviendas dignas en Latinoamérica va del 20 al 40% según la región, con un alto porcentaje (comparado con países del primer mundo) de viviendas individuales construidas ad hoc.

– Frente a la desaparición del estado -hasta en su rol de contralor-, la urbanización de media y gran escala ha sido tomada anárquicamente por privados. Originariamente estas empresas constructoras, devenidas en financieras e inmobiliarias, eufemísticamente llamadas emprendedoras o Real State, hoy aglutinan (como otro departamento más) algunos arquitectos para pasar en limpio los resultados de las ecuaciones económicas más redituables, provenientes del área contable o de marketing, sin la mínima posibilidad de aportar valor al proyecto.

– En la realidad cotidiana, puede observarse cómo el campo decisional del arquitecto se ve reducido. Desde la gran empresa que impone un modelo avasallante, pasando por el concurso público que, cuando existe, lo hace al fijando bases inamovibles, hasta el cliente privado con todas sus ilusiones y prejuicios.

– En otra escala y, vinculados al marketing urbano y corporativo, los arquitectos del star systemdesaprovechan la oportunidad de demostrar sensatez en sus propuestas y, por el contrario, se regodean en construir la más faraónica obra que será juzgada en la prensa mundial (objetivo del marketing) por ser la más alta, la más costosa o la más llamativa.

– El modo en que la arquitectura se percibe (se juzga y se critica) en la actualidad, a través de una imagen fugaz en internet, acrecienta la idea objetual e icónica de la obra, planteando la fotografía glamorosa como objetivo final, dejando de lado cuestiones tan básicas como la habitabilidad, su sentido o sus fines.

– Como resultado de todo esto, el arquitecto ocupa un lugar cada vez más prescindible y superficial en la sociedad. La figura del personaje convocado al momento de infundir un valor estético al proyecto del que se trate, es quizás, la que mejor representa a la mayoría de los arquitectos en actividad.

LC blog

El arquitecto como actor de reparto

Frente a este impredecible panorama someramente planteado, tanto social como disciplinar, ¿Cuál sería el rol del arquitecto, quien precisamente tiene como capacidad más arraigada la de proyectar, es decir, prever?

Tanto la escuelas como los profesionales parecen haber adoptado por el momento la fórmula de “no innovar”, manteniendo los programas y dictados, así como el modus operandi, desde hace generaciones. En ambos casos, esa posición de comodidad que dan los saberes adquiridos corre el riesgo de acentuar aún más la brecha entre las necesidades de la sociedad y las capacidades que, como arquitectos, ponemos a disposición.

Paradójicamente, si se pudiera identificar una disciplina apta a las necesidades de la sociedad actual y próxima, su perfil correspondería aproximadamente al del arquitecto: En su ADN residen muchas de las aptitudes y habilidades que se reclaman, una formación tanto humanista como técnica, inmersión en la cultura y comprensión de los problemas sociales, personalidad analítica y crítica y, sobre todo, una visión imaginativa del mundo circundante. Podríamos decir que pocas profesiones de base universitaria tienen la particularidad de “inmiscuirse” necesariamente con los problemas del hombre y el medio con una visión tan holística como lo hace la arquitectura.

Una pista de dicho “perfil disciplinar” se podría encontrar en figuras como Daedalus, aquel artista/artesano griego mitológico autor del Laberinto de Creta, un innovador en todas las artes y personaje de astucia infinita, o en la definición de las capacidades que Vitruvio requiere al arquitecto o, en un caso más emblemático aún, la del artista del Renacimiento, el Leonardo da Vinci capaz de adelantarse con sus propuestas e investigaciones en tantos campos como fuera posible, planteando la convivencia armoniosa y necesaria entre el científico y el artista, aquella que, de manera moderna podría bien representar Buckminster Füller.

Si esto es así, ¿cómo podemos explicar la declinación aparente del arquitecto en una sociedad cada vez más necesitada de dichas figuras? ¿Es que el mundo todavía no se percató de “tal desperdicio”? O es que ¿están los arquitectos demasiado cómodos, jugando en la posición que les “toca” jugar?

Comparto tres hipótesis de respuesta que, más allá de ser erróneas o incompletas, intentan explicar(me) tal estado de situación:

  1. A la sociedad contemporánea (La sociedad de la transparencia que tan bien define Byung-Chul Han[4]) y, en especial al sistema económico-financiero, le quedan más cómodos los especialistas. Aquellos que exceden un cuadro curricular determinado son difícilmente “localizables” en los casilleros productivos y/o simbólicos. De esto se desprende la segunda hipótesis:

  2. El arquitecto debe construir casas. Tanto las escuelas de arquitectura como aquellos que inician sus estudios (y sus padres!) comulgan todavía con dicho dogma: la formación en arquitectura debe dar como resultado un personaje social, un profesional, que sepa diseñar y construir edificios. Sin desmerecer su valor, esta inercia es conservadora y retroalimenta la mirada endógena disciplinar que daría origen a la tercera hipótesis:

  3. Las escuelas de arquitectura y los medios de difusión disciplinar cierran aún más los campos de acción en la medida que alientan una competencia basada en la producción figurativa y de lenguajes rebuscados como modo de salvaguardar una cierta exclusividad protectora. Se propicia así, la “arquitectura para arquitectos”, aunque en realidad sólo fecunden el campo para una “arquitectura sin arquitectos”.

Ricardo Sargiotti

Marzo 2011 / Mayo 2018

[4]Byung-Chul Han,La sociedad de la transparencia. 2013

[3]En especial si se considera que el la obra pública es escasa y mal distribuida, y las empresas constructoras/desarrollistas emplean pocos arquitectos, en su mayoría como dibujantes o decoradores.

[1]Frase del Rafael Iglesia dixit

[2]de esta acotación se desprende el problema de la adaptación permanente a las tecnologías y los “relegados sociales” que va dejando.

Comments


bottom of page