Texto publicado (incompleto) en el libro del 3er nivel de la Facultad de Arquitectura de la UCC en el año 2009.
Puestos a reflexionar sobre el aprendizaje de la construcción, una manera indolora de acercarse a la misma resulta el camino inverso al proceso más usual aplicado por las cátedras del área: ir de la expresión a la construcción, es decir, excavando la obra terminada, desentrañar su estructura.
La imagen superior muestra un fragmento de la escultura del David, que Miguel Angel Buonarroti realizó en Florencia entre 1501 y 1504. La forma en que la mano descansa sobre el costado de David, no descansa del todo, acumula algo de la tensión del momento previo a arrojar la piedra a Goliat, la punta de los dedos contraídos hacia arriba lo expresan, le quitan la tranquilidad que implicaría un brazo distendido, los huesos que forman la muñeca y la mano tienen la presencia que se puede esperar en la mano de un hombre joven de contextura atlética; las venas, algo dilatadas son típicas de la situación del brazo caído y los pliegues superficiales, en especial en los dedos, acentúan el sobrante de piel que produce un momento de contracción.
Desde la imagen podemos, además, recomponer ilusoriamente el original, la escultura del cuerpo entero. Ayudados por nuestro conocimiento previo podríamos hasta recordar que las manos son exageradamente grandes con respecto al cuerpo en un intento de expresionismo temprano que nos remite a Miguel Angel y su tiempo; podemos especular con el Manierismo como momento de discusión de los órdenes rígidos y universales, para constatar que dicha desproporción es intencional.
Lejos de haber agotado la lectura de la obra –o de la imagen misma- podemos ensayar dos conceptos útiles al aprendizaje de la arquitectura: uno propio del autor y su obra, el otro desde la comprensión parcial de la misma. En otras palabras, desde el hacer y desde el especular.
Usualmente nos confortamos con la genial definición de Miguel Angel sobre la escultura como el “simple” acto de liberar a la figura del sobrante de piedra y tendemos a olvidar que detrás de tal acto genial se acumula un conocimiento sistemático y una especificidad impuesta con la que se debe medir. Se dice que ante el encargo de la estatua del David, Miguel Angel diseccionó algunos cuerpos de la morgue florentina para poder acceder a la información básica del modelado del cuerpo, es decir, sacando la piel, quería tocar los músculos, las vísceras y las venas que dan forma al cuerpo tal como lo vemos[1]. Acercándose de ese modo al objeto a esculpir, Buonarroti podría manejar las variables formales desde su estructuración, acumular herramientas para esculpir al hombre, no sólo a David. Se conoce también de la limitación a la que fue sometido debiendo usar una piedra descartada por Agostino di Duccio de dimensiones algo exiguas para esta obra, hecho que resultó en que los extremos del David deban ser tangentes a la pieza en bruto.
Por otra parte, hablando ahora del aprender desde el mirar, la imagen parcial de la que hablamos puede tener atributos propios –resulta fácil enamorarse de la misma- pero sería engañoso pensar que el fragmento es independiente de la obra en su complejidad. El cúmulo de información que tengamos sobre el entorno real, la escultura completa, su tiempo, su autor, etc. es lo que completa nuestra apreciación y nos permite recomponer la obra como un todo. La imagen aislada y fragmentada como instrumento crítico y de aprendizaje es típica de nuestro tiempo, tiene que ver con el zapping y el consumo veloz; tiene un gran atractivo –cómo negarlo- y puede hasta ser un medio de construcción válido –el collage, por ejemplo- pero corre el riesgo de limitar la experiencia del conocimiento a una suma de anécdotas.
Ricardo Sargiotti
Mayo 2008 / Mayo 2014
[1] Sin embargo, esa tarea previa no implica la exacerbación del conocimiento, el resultado es una figura perfecta, el David, no es Terminator; la apología de la técnica por sobre el objetivo puede acarrear tantos errores como su ignorancia si no tenemos claro el propósito.
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