Editorial de Revista Domus N° 741 / Septiembre 1992 / Vittorio Magnago Lampugnani
Traducción de editorial
En una antigua parábola de origen chino se narra de un pintor al que el emperador encargó dibujar un cangrejo. El pintor aceptó, aunque solicitando una residencia, doce sirvientes y cinco años de tiempo. Transcurridos estos años, el emperador lo visitó y solicitó el dibujo prometido. Recibió como respuesta que no estaba todavía acabado y que se necesitaban otros cinco años.
Transcurrieron también estos, y el emperador, ya impaciente, volvió y pidió el dibujo. El pintor se hizo traer por un sirviente un papel blanco y un pincel. En un instante, de un solo gesto, dibujo bajo los ojos sorprendidos del emperador el cangrejo más bello y perfecto que jamás se había visto.
El dibujo del cangrejo, se puede suponer, resultó elemental. No por eso, y esto también es fácilmente deducible del relato, el pintor había transcurrido ociosamente los años brindados por el emperador. Al contrario: había, evidentemente, pensado, estudiado, trabajado. Se había ejercitado, preparando en su oficio. Había acumulado conocimiento. Tanto para ser en grado, después de diez años, de llevar el problema que le había sido planteado a su síntesis.
Tal es la síntesis elemental, a tal esencial concisión es que pensamos cuando pedimos, para el proyecto, la banalidad. No es suficiente, lo hemos visto, que una obra sea trivial. No alcanza con que el resultado resulte de un proceso de destilación de una complejidad inicial. El trabajo de análisis y purificación debe orientarse a hacer resaltar elementos originarios del tema que representa su unidad, reconduciéndolo así a su calidad de arquetipo. El cangrejo del pintor chino es el más bello y más perfecto que jamás se haya visto porque es un cangrejo-tipo. La ciudad, el edificio, el mueble, el objeto de uso que nosotros creemos bellos deben volverse una ciudad-tipo, un edificio-tipo, un mueble-tipo, un objeto-tipo.
No aspiramos con esto a la resolución definitiva de todos los problemas del proyecto en un ágil catálogo de respuestas pre confeccionadas y optimizadas de una vez para siempre. El mito de un número finito de “ideales”, de puntos de arribo de la evolución de la ciudad, de la arquitectura, del equipamiento y del objeto de uso no nos tienta y mucho menos nos convence. Pedimos unidad, no universalidad. Y estamos seguros que cada tema proyectual puede ser reconducido, por sucesivos estados de esclarecimiento y purificación, a su esencia. Es decir al punto donde es, indudablemente y fuertemente, sí mismo.
Sería además ingenuo creer que a la esencia de un tema se arribe por la sola substracción de lo superfluo. En realidad, agregar es tan necesario como extraer. Pero mientras que aquello que se extrae es el detalle irrelevante y superfluo, lo que se agrega es la idea. El pintor chino, si hubiera me- ramente reducido el cangrejo a sus elementos primarios, no habría obtenido una obra de arte sino un esquema abstracto que, usando el mismo procedimiento, cualquier otro habría podido producir. En cambio él, estudiando y largamente pensando, creó la propia utopía esencial de un cangrejo-tipo, única e inimitable porque creada, pero por todos compartida, ya que extraída de la realidad. Y sobretodo concisa.
Cada proyecto, por complejo que sea en su temática y en su materialización, debe fundarse sobre pocas ideas. Mejor es todavía sobre una sola. Debe ser una idea fuerte, clara, inmediatamente reconocible. Y debe ser la idea justa: aquella que resulta de la especificidad del proyecto en cuestión. Que lo describe y caracteriza indudablemente. Que forma su esencia.
Esta, digámoslo así: monotematicidad es característica de casi todos los grandes proyectos históricos. La ciudad nueva de Antonio Sant´Elia representa la apoteosis de un solo componente de la ciudad moderna, el tráfico, que se transforma en el generador racional de una forma urbis exquisitamente romántica. La casa Malaparte de Adalberto Líbera se pone como ejercicio de estilo en la mediterraneidad, interpretada como perenne sacrificio laico al sol y al mar, a la que se pliega toda noción de funcionalidad, comodidad y economía. La silla S 32 de Marcel Breuer es una piéce de résistance construida en torno a las características de elasticidad y “modernidad” del tubo de acero curvado. La Vespa de Corradino D´Ascanio materializa la respuesta al requisito de cómo transformar una pequeña motocicleta en un vehículo protegido utilizando una carrocería autoportante.
Proyectos, estos que hemos mencionado, simples, elementales, en algún modo hasta banales. Pero banales como el huevo de Colón: con el juicio posterior. Son, en realidad, resultados de esfuerzos pacientes e intuiciones fulgurantes que apenas formulados asumen la completa definición de aquello que no podría ser de otro modo; mensajes de resonante inmediatez obtenidos a fuerza de ajustes continuos y meticulosos; epopeyas aventuradas e intrincadas cerradas en la dimensión elíptica de un limpio epígrafe. Y obtienen, gracias a su claridad cristalina y esencial concisión, la finalidad propia de todo gran proyecto: hacer pensar.
Vittorio Magnago Lampugnani / Domus, Septiembre 1992