Si intentáramos ahora penetrar en el alma de Quasimodo a través de esa gruesa y dura corteza, si pudiéramos sondear las profundidades de esa organización mal hecha… Notre-Dame de París. Victor Hugo. 1831
[Esta nota fue escrita para el libro “Textos desencofrados” UNC, 2019]
Comenzamos asociando el detalle constructivo a esa pieza gráfica, usualmente un corte en escala 1:20, que iba siempre al final en los proyectos de la facultad, cuando hasta los renders estaban terminados. Probablemente por culpa de esa primera experiencia es que el detalle representaba el último eslabón en una cadena de sucesos (dibujos y pensamientos) que completaban el proyecto; y decir último, de alguna manera, era decir el menos importante, por eso, muchas veces se hacía a desgano y sin comprenderlo del todo.
El detalle, debo decir, tiene una relación aún más conflictiva y más compleja con el arquitecto que la que pudiera esbozar aquella primera experiencia de estudiantes, que quizá un terapeuta podría poner en vereda después de unas pocas sesiones.
Los arquitectos han llegado a poner a dios en ese lugar[1]para después negarlo a falta de presupuesto[2]. Entre estas dos versiones, de Mies y de Koolhaas, se desarrolla un campo casi infinito de interpretaciones y definiciones, que sitúan al detalle, tanto semántica como prácticamente, al centro de la escena del “hacer” arquitectura.
Por ejemplo, analicemos estos dos dibujos, ambos considerados “detalles” sin objeciones. El primero pertenece a Andrea Palladio y data del siglo XVI, no corresponde a una obra propia, es su relevamiento del templo de Antoninus y Faustina en Roma; como sabemos, por aquellos tiempos el aprendizaje de la arquitectura consistía, principalmente en eso: recolectar datos, medir, redibujar y describir las obras clásicas. El segundo, ya contemporáneo, es un corte de una de las fachadas del Pabellón del Vidrio, del Museo de Arte de Toledo de Sanaa, un detalle también, con sus descripciones… también. Los dos casos, abarcan la silueta de un edificio, desde la base hasta su coronamiento. Cada uno a su modo nos indica cómo se verá la obra, no cómo será la obra completa, para eso serían necesarios el resto de los planos, pero sí, muy claramente cuál es la intención del proyectista en cuanto al modo en que será percibido el edificio. Podemos inferir que mientras uno habla de rigurosos órdenes y cornisas, clasicismo y peso, el otro de inmaterialidad, transparencia o ligereza; o como biólogos, valernos de estos dibujos para reconstruir genéticamente los edificios ¿Podríamos? Quizás no el edificio, pero sí el modo en que ese edificio va a aparecer, es decir, cómo se comunicará, en otras palabras, cuál será su lenguaje, esa palabra tan temida…
De ambos detalles, aparentemente tan distintos, podemos deducir también una realidad común, tan común y tan a la vista que cuesta aceptar: el arquitecto queda en la línea que define la silueta, las entrañas son cosa de otros. Me explico:
En la época de Palladio (y en las anteriores aún más) el arquitecto no necesitaba describir cómo se iba a construir la osamenta del edificio, definía precisamente los órdenes y sus proporciones ya que los constructores sabían perfectamente cómo se debía ejecutar (al referirse a esta mecánica de trabajo, Edward Ford dice que el detalle nació cuando murió el artesanado[3]). Del detalle de Sanaa, pasado ya el período heroico de la modernidad y sus innovaciones, podemos deducir que el arquitecto tampoco está a cargo de lo que sucede detrás del perfil de la línea que separa lo visible de lo invisible del dibujo: Los arquitectos definieron sutilmente en renders y maquetas aquella silueta y, aunque la complejidad de las entrañas no esté a cargo de experimentados picapedreros o estucadores como en los tiempos de Palladio, sino en manos de ingenieros especialistas que deben acomodar todos los requerimientos de aislaciones, seguridad, estanqueidad, normativas o acondicionamiento con productos industriales cada vez más estandarizados, su tarea es similar a la de aquellos: “satisfacer” la silueta definida por el proyectista cancelando cualquier exhibición obscena de sus interiores.
Aunque esta reseña puede hacernos extrañar (parecer extrañas) obras como las de Wright o Lewerentz, la actualidad no depara una alternativa muy distante a la planteada por los detalles de Palladio y Sanaa, sino por el contrario, pareciera propender a un mayor alejamiento del arquitecto de las decisiones constructivas: La aparición en fases tempranas del diseño de software modeladores, basados en tremendas capacidades para producir formas maravillosas, sin límites materiales ni gravitatorios, y la naciente construcción por medio de impresoras 3D a gran escala, son algunas de las herramientas que quizás logren eliminar finalmente la tediosa interfaz del arquitecto, aquella que implicaba preguntarle: “¿Y eso, cómo se construye?”. La misma pregunta que nos hacía el obstinado profesor en la facultad.
Ricardo Sargiotti / Febrero 2019
[1]God is in details.[atribuido a] Mies van der Rohe
[2]Critics say the detail of [our] projects is simply bad, and I say there is no detail… No money, no details, just concepts. Rem Koolhaas
[3]In one sense, detailing was born when craftmanship died. It is always surprising to see how little the drawings of Renaissence architects resemble the finished buildings. The Details of Modern Architecture. Edward R. Ford. 1997
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