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Corvalán x 2

Por dos circunstancias diversas me tocó escribir en 2008 sobre una obra del Laboratorio de Arquitectura de Javier Corvalán: la casa Gertopán (o umbráculo). 

Me parecía bueno publicar los dos textos juntos aquí que, como los demás, han sido revisados posteriormente para atenuar algunas de las barbaridades gramaticales y sintácticas de sus redacciones originales

RS / 21.10.2015


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Hacer haciendo. (apuntes sobre la obra de Javier Corvalán)

Ensayo realizado para la materia Arquitectura Latinoamericana dirigida por Roberto Fernández. Doctorado UNR, 2008 y publicado en la Revista Experimentos en arquitectura y diseño, UNMdP.

En la Documenta 7 (Kassel, Alemania, 1982), Joseph Beuys inauguró un proyecto llamado 7000 robles que consistía, sumariamente, en plantar esa cantidad de árboles, cada uno junto a un pilar de piedra basáltica. La obra involucró a instituciones, consejos vecinales, escuelas, es decir, gente; los árboles fueron plantados en veredas, plazas, lugares abandonados, es decir, espacio público. La fricción generada entre ambas partes (gente y espacio público) y las discusiones y opiniones sobe la ciudad, el medioambiente y el futuro, llevaban el sello de arte como “concepto ampliado” y “plástica social”, anhelos que Beuys persiguió durante toda su vida.

La obra 7000 robles puede ser leída, como cualquier obra de arte plástica, desde su resultado material: cada plantación evoluciona de modo diferente y durante todo el tiempo, mientras el roble crezca, el basalto cambiará de apariencia por su desgaste o rotura. Sin embargo, el mayor valor de la obra está muy lejos de ser medido por los objetos resultantes, el mismo reside en su gestación y en las reflexiones a las que obliga su ejecución, no son piezas de culto, más bien son acciones asimilables por la gente (todo hombre es artista para Beuys) y por los lugares, no por los museos o galerías sino por la ciudad. Implican la pertenencia real no de quien compra la obra sino de quien participa en su construcción, la obra no pertenece a nadie y pertenece a todos. La obra no es una obra entendida como objeto, es su realización.


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Las obras de Javier Corvalán podrian ser vistas de un modo similar. Los resultados, en este caso los edificios, tienen la complejidad y la imprevisibilidad del roble y el basalto, nunca parecen del todo terminados, y aunque lo fueran (la arquitectura, a veces lo exige) tampoco lo notaríamos. Sus obras acarrean sedimentos de la construcción, no son prolijas para el gusto establecido, mucho menos complacientes. Son obras en las que se podría dejar una escoba en las fotos de publicación y no se verían afectadas. Quizá sería más fácil describirlas desde el contrario, son lo opuesto a las asépticas construcciones contemporáneas en las que cuesta tanto discernir si se trata de un render de proyecto o una foto de obra, esas en las que es difícil imaginar que las cosas puedan ser tocadas sin que la obra pierda su áurea, esas obras plenamente visuales.

Las obras de J.C. son absolutamente táctiles. Son táctiles por los materiales con que están construidas, pero principalmente por la forma en que esos materiales son manipulados. Siempre de un modo nuevo, sean reciclados o no, en su nuevo rol son dignificados (por ejemplo los pallets y las tejas en la casa Gertopan), aparecen en un lugar y de una forma para los que no fueron concebidos, como un object trouvé, o como los postes de basalto al lado de los robles de Beuys, como testigos mudos de los cambios de la vida natural.

Pero las obras de J.C. tienen un componente aún más interesante, tal como sucedía en la de Beuys, la acción y su gestación imprimen un aire fresco al arte, para el alemán poniéndolo al alcance de todos, para J.C., sacando el proyecto de la hermeticidad intelectual a la que los arquitectos estamos cada vez más acostumbrados. Me explico: el modo de hacer del Laboratorio es básicamente empírico, ellos mismos experimentan los ensambles, la estática, se ensucian con su tierra colorada y con hormigón, a veces, como en el caso de los pallets en Plaza Italia, los mismos usuarios participan de la construcción. Todo este tiempo de gestación se solapa con el de construcción, y de allí con el de habitación. No quiero decir que no existan planos, los hay, y son muy específicos y tan inclusivos como la obra misma, con muchos layers superpuestos; tampoco se debe creer en el falso concepto de experimentación como suma de ocurrencias, es una experimentación que habla del optimismo puesto en la técnica para el mejoramiento de la vida, fórmula muy impresa en Asunción a partir de las frecuentes visitas de Paulo Mendes da Rocha.


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Cuando J.C. muestra sus obras dedica mucho tiempo de la exposición a contar la construcción. Muchas de las fotos que usa son del proceso constructivo mismo, se ven encofrados piranesianos, tierra roja, hierros y gente por todas partes, una escenografía heterogénea y de una inmensa belleza. Desde allí, uno puede empezar a imaginar cuál será el resultado. Es más, hasta caemos en la tentación de encontrar esa escenografía en sus mejores obras, cuando la contaminación del proceso no puede ser limpiada del todo.

Ricardo Sargiotti

9.6.2008 / 9.12.2014

Casa Gertopán. Javier Corvalán Laboratorio de Arquitectura

Texto publicado en 30-60 cuadernos de arquitectura*

Puestos a criticar una obra de arquitectura pareciera excluyente centrarse sobre un objeto fosilizado. Pocas veces la crítica trasciende el juicio estético y estático de aquel objeto para explayarse en la experiencia, sea la del crítico en su recorrida virtual o la de la del habitante en su interacción con la obra. Este modo de valorar críticamente la arquitectura es el más usado cuando aceptamos que la arquitectura finalmente se las tiene que ver con su capacidad de producir espacios habitables y lo que estos son capaces de generar. Lugares que responden a características físicas incorruptibles como el alto, ancho y profundidad, la iluminación, su materialidad o implantación pero cuyo valor debe ser juzgado transpasando la instancia del laboratorio.

Si lo hicieramos del modo corriente, podríamos explicar esta casa de Javier Corvalán como un injerto extraño, un muro serpenteante y una bóveda sobre una casa vieja, tal como iconográficamente se presenta. Hasta se podría caer en la tentación de asociarla con las intervenciones formalistas y esquemáticas de los 80, sino fuera por las fotos que, rápidamente, nos avisan que la obra pasa por otro lado, y que ese supuesto esquematismo de proyecto poco tiene que ver con la realidad finalmente construida; y no sólo con la obra como pieza terminada, de exultante tactilidad, sino, y sobre todo, con la obra como proceso. Paso a explicar.

La casa Gertopan está repleta de indicios de artesanía. El muro cribado en seco, sobre el frente, donde los ladrillos más o menos quemados siguen un patrón de tornasol, o la tapia hecha con las viejas tejas de la casa, o la bóveda de palets de madera, cada parte remite a la persona en el acto de la construcción más de lo que haría cualquier tecnología convencional, donde raramente nos plantearíamos el tema de su ejecución. Por otra parte, al escuchar la descripción de J.C. sobre el modo de hacer de su laboratorio, se deduce que el proceso previo, la gestación usualmente hermética e intelectual llamada proyecto, se diluye hasta abarcar la construcción en un sinfín de pruebas y experimentos de taller, quitando dramatismo al hecho de la obra acabada; por otra parte, el modo de apropiación: las paredes escritas, los muebles imprevisibles y los potenciales usos de esos lugares indefinibles, aparece informal y sugestivo. Pero volvamos a la artesanía del proceso.

El modus operandi del Gabinete de Arquitectura, bien representado en este proyecto, remite a la concepción misma y, tal como sucede con las obras de Joseph Beuys o los italianos del Arte Povera, los límites entre proyecto, construcción y obra se desdibujan a la vez que se retroalimentan para conformar una obra más compleja y rica.


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En este punto, la concepción del proyecto como investigación se distancia de aquella promulgada por la academia en cuanto a una cientificidad del proyecto arquitectónico. Mientras la segunda redunda en juegos morfológicos, la investigación del Laboratorio de Arquitectura aparece constructiva en las dos acepciones de la palabra: en la que tiene que ver con lo propositivo, la contribución en lo material y tangible, y en la otra, en cuanto valor edificante de una profesión, recabando experiencias que contribuyan a una mejor calidad de vida. Resumiendo, el proceso mismo, entendido de este modo, se convierte en vehículo de aprendizaje-enseñanza y, en un modo de re-consolidación entre el pensar y el hacer en una profesión que lo está necesitando cada día más.

Del mismo modo que el proceso generativo, la cuestión material no es secundaria aquí. Definitivamente opuesta al abuso inmaterial de los neo-minimalistas, tan bien representado en el cristal moderno de Walter Benjamin, esta obra es táctil por excelencia, podría ser mirada con las manos y sentida por los ojos; es una obra de alta contaminación y densidad, no sólo material, sino de pensamiento; es ecléctica y desprejuiciada, inclusiva más que exclusiva, diría que se toma más concesiones que las obras anteriores del estudio, soslayando el buen gusto establecido en favor de la riqueza de experiencias; me atrevo a decir que tiene las características de una obra más madura, como suele suceder cuando las ideas importantes van decantando y los giros de manera desaparecen. No se puede prescindir en este sentido de la importancia de Paulo Mendes da Rocha como visitante y maestro frecuente de Asunción, en el hecho de poner la mirada sobre la obligación social y técnica de la arquitectura, tomando distancia de las modas, a la vez que sumando espesor intelectual a la actividad propia en el medio específico en que debe actuar, valores muy bien aprendidos por estos paraguayos, sumando aquí a Solano Benítez y a ese talentoso grupo de jóvenes arquitectos de Asunción.

Un cacho de sombra

Asunción tiene un promedio de 310 días de sol al año, su temperatura media es de 22° y picos estivales extremos; el mejor lugar para estar es debajo de los árboles, a la sombra, dejándose refrescar por el aire, es la forma de llevar adelante las actividades rutinarias prescindiendo del tedio de la temperatura, la molestia del sol y el exceso de aire acondicionado artificialmente. Es una cuestión de confort, y también de supervivencia.

Si bien de la idea corbusierana de terraza jardín se desprende, además de la recuperación del suelo en la azotea, una visión higienisista y hasta edonista con respecto al sol que todo lo sana, su aplicación en climas tórridos dista de los resultados que se pueden disfrutar en la casa Beistegui o en la villa Malaparte de Adalberto Libera en Capri. A excepción quizá de las terrazas metafísicas de Luis Barragán, la adaptabilidad del concepto no deja de generar dudas.

En esta tradición, la bóveda, puesta literalmente sobre la casa, viene a replantear la terraza jardín como ámbito de vida gratificante y confortable, a la vez que actúa como amortiguador climático de gran eficiencia y pocas complicaciones, redefine arquitectónicamente (aunque fuera un árbol seco) proponiendo una nueva mirada a nuestras cubiertas con una solución por partida doble.


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La cuestión de la supervivencia se plantea, casi paradójicamente, en la génesis del invento, el taller de Javier Corvalán, realiza una primera prueba con palets para poder dar cobijo a originarios asentados en la plaza Italia de Asunción. En esa oportunidad encuentra en los palets, un desperdicio de la cultura de la logística, una pieza pre-moldeada que puede resolver cubiertas en los casos de mayor necesidad y menores recursos. Dicha experiencia encuentra otro campo de aplicación ante el encargo de esta remodelación con algunas condiciones de presupuesto. Las incipientes construcciones de la plaza de cuatro elementos dan paso a la bóveda de doce. Los palets trabajan como bloques a la compresión mientras que, por su naturaleza porosa, son cerramiento filtrante de la luz solar.

En esta condición, los palets alcanzan una nueva dignidad, dejaron de estar debajo, soportando cargas, para cumplir la sublime tarea de dar cobijo. Un hecho que aparece totalmente vivificante cuando hablamos de tópicos tales como reciclaje, ecología o arquitectura inteligente, ¿verdad?

Ricardo Sargiotti

Septiembre 2008 / Diciembre 2014

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