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Aprender Arquitectura

  • Foto del escritor: RSA
    RSA
  • 2 may 2018
  • 6 Min. de lectura

Algunas reflexiones sobre la enseñanza y el aprendizaje de Arquitectura en las escuelas (Escrito para la cátedra de Diseño Arquitectónico 4 UCC, 2011)

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 “… Recuerdo haber visto edificios antiguos en mi ciudad natal cuando era joven. Pocos de ellos eran edificios importantes. La mayor parte de las veces eran muy simples, pero muy claros. Estaba impresionado por la fuerza de esas construcciones porque no pertenecían a ninguna época…” [1]

“Aprender Arquitectura”. Suena presuntuoso hasta el mero hecho de intentar definir algo que se le parezca. ¿Se puede aprender arquitectura de la manera en que se aprende una lengua? ¿Con estudio, repetición y práctica?, ¿como una habilidad o una destreza?. En tal caso, deberíamos poder decir de alguien que aprendió, que “sabe arquitectura” tal como sabe francés o sabe filetear salmón. En ambos casos, idiomas u oficios, se podría decir que “se van aprendiendo” hasta el momento en que el dominio del campo específico es inobjetable, entonces, ¿existe tal punto de dominio que determine que la arquitectura se ha aprendido? Evidentemente no. Se puede seguramente saber más o menos de algo, tener mayores o menores talentos para realizarlo, y hasta  diferentes grados de compromiso y entrega personal. Sin embargo, si la arquitectura consiste (como me gusta pensar que lo sea) en un particular modo de mirar y entender el mundo con el objetivo de hacerlo más habitable, los caminos académicos convencionales o los protocolos científicos no parecen de gran ayuda.

¿Cómo conjugar entonces ese “ir aprendiendo” con los límites que impone una educación académica estandarizada? Aparentemente, la misma naturaleza del proceso de “ir aprendiendo” reclama tiempo, tiempo para mirar, para experimentar, discutir, construir, errar, para vacilar, criticar y escuchar. Un tiempo que será distinto para cada uno y cuyo grande finale, probablemente no llegue nunca; deberíamos aceptar que somos un working in progress. Y que nuestro tiempo en la escuela sólo nos reporta un aval, bastante dudoso, de instituciones que necesitan cuidar sus espaldas. Pensemos, sino, en cualquier persona con cierta sensibilidad y talento que en determinado momento de su vida haya decidido comenzar a mirar el mundo que lo rodea y plantear acciones para mejorarlo, ¿es su título universitario una garantía de valor?

¿Lo es para el recién egresado de la carrera de Arquitectura?,  ¿Sabe arquitectura? Sabe más sobre arquitectura esa persona que dedicó seis años de su vida casi exclusivamente a “aprender arquitectura” en una escuela hecha para tal fin, ¿o es más confiable Ayn Rand, que sin ser arquitecta fue capaz de escribir “el Manantial”? o el mismo Borges, capaz de construir fantasías arquitectónicas insuperables en igual condición de analfabetismo disciplinar. ¿Podemos decir que nuestro estudiante sabe más de arquitectura que aquella persona, que sin una preparación específica, es capaz de construir un hábitat excelente con los recursos que tiene a su alcance? (ver“Arquitectura sin Arquitectos”) Si a estas comparaciones las siguiéramos con tantos maestros que no recibieron una educación “formal” en escuelas de arquitectura (Vitruvio, Palladio, Le Corbusier, Mies y tantísimos más) La pregunta que comienza a surgir sola es: ¿para que sirven las escuelas de arquitectura?, ¿para aprender arquitectura?, o ¿para habilitar una cantidad (considerable) de personas que puedan anteponer “arq.” a su nombre y dedicarse a diversos menesteres, cuya mayoría es facilitar (por no decir avalar) estrategias externas, sean éstas de especulación económica, política o simplemente de vanidades personales o empresariales?.

Por otra parte, también podemos decir que una formación puramente técnico-práctica puede reemplazar perfectamente la mayoría de las materias del área construcciones, sabemos que un plomero, un buen capataz o un técnico en aire acondicionado podrían dar “lecciones” en pocos días difíciles de alcanzar en los cursos anuales correspondientes de la facultad. Si finalmente llevamos este razonamiento al plano de la ciudad (urbanismo, planificación, diseño urbano y todas sus acepciones): ¿son los arquitectos matriculados quienes deciden sobre la misma?, ¿o lo hacen los promotores, economistas y políticos de turno?

¿Aprender Arquitectura?

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“… Mediante la transmisión del conocimiento y saber necesarios, la enseñanza de la construcción (…) formará a los arquitectos. Mediante su educación, sin embargo, formará al hombre (…). Porque la enseñanza pone su meta en finalidades, mientras que la educación la pone en los valores, pues el sentido de la enseñanza es formar y responsabilizar…” [2]

Ante los cuestionamientos actuales al aprendizaje de la arquitectura, sea su origen en las dificultades y los cambios de la práctica profesional o en el anacronismo que frente a los mismos presentan las escuelas y sus programas, intentaremos plantearnos un ‘sentido’, al menos hipotético, a la continuidad de las escuelas de arquitectura tal como las entendemos.

Podríamos decir que las mismas son frecuentadas por una comunidad de personas con intereses comunes, y un objetivo compartido aún mayor que es la construcción (literal) de un mundo mejor: mejores ciudades, mejores casas, mejor medio ambiente, mejores edificios que permitan el crecimiento de una sociedad, mejor utilización de los recursos: Es decir que nos encontraríamos con una gran cantidad de gente que tiende al bien común encausado principalmente a través de una profesión de amplio alcance y basada en la construcción, la reflexión y el proyecto.

Ahora bien, de aquí surgen dos preguntas principales: la primera, ¿es esto cierto? Todos quienes componemos la escuela de arquitectura (alumnos y docentes) ¿trabajamos con un objetivo ‘tan común’ como el planteado?; la segunda: ¿de qué modo lo hacemos?, ¿estamos lo suficientemente preparados (los docentes) y motivados (los alumnos) para llevar esto adelante?

A la primera podríamos responder que sí, se supone que nadie está obligado a participar de un cónclave, que para algunos se extiende el resto de su vida, en el que no comparta las mismas aspiraciones, o ideales si se quiere. Quizá de esta respuesta resulte que dichas aspiraciones deberían estar mejor explicitadas para que la elección de docentes como de los alumnos evite que muchas personas malgasten sus energías por el sólo hecho de no tener claro cuál es el rol del arquitecto en la sociedad contemporánea.

La segunda pregunta presenta algunos problemas más estratégicos. Por una parte existen suficientes brechas, acrecentadas en los últimos años, que hacen que la comunicación (la transmisión del conocimiento según Mies) se torne más y más compleja y difícil; hablo de brechas generacionales, comunicacionales y tecnológico-digitales. Nuestros alumnos nacieron en un mundo acuático con branquiassegún Alessandro Baricco, un mundo que nos toca transitar con pulmones duramente adaptados a los docentes. La transmisión, para la cual es necesaria la motivación, corre grandes riesgos de no cumplirse en estos términos, salvo que comencemos a trabajar en acortar esa distancia, por empezar, aceptando que las normas o preceptos por los que se guía la enseñanza ortodoxa están en crisis y necesitan ser replanteados. Volviendo a la cita de Mies, existe, afortunadamente, todavía un punto fijo, el que trata de la educación como transmisión de valores, y esto es ineludible, más allá de cualquier cambio estratégico o formal. Trata de la formación en valores indispensables para desenvolverse en el futuro, quizá una de las razones de mayor peso para dar sentido aún a las escuelas de Arquitectura, cuando es cumplida.

Especificidad de la Arquitectura

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“La arquitectura (Baukunst) es siempre la voluntad de la época puesta en espacio, no otra cosa (…) He aquí porqué la cuestión de la naturaleza de la arquitectura es de una importancia decisiva…” [3]

Para terminar me gustaría hacer una reflexión sobre la especificidad de la arquitectura a la que hace referencia Mies con su “no es otra cosa”. De algún modo hemos asumido que la carrera de arquitectura está formada por materias de distinta naturaleza: teóricas, técnicas y de proyecto. Este desmembramiento, llevado a departamentos en varias instituciones, produce saberes (en los mejores casos) estancos. Las especializaciones, que tanto daño causan al arquitecto en su formación y en su quehacer son promovidos desde la escuela, producen arquitectos ‘teóricos’, arquitectos ‘técnicos’ o arquitectos ‘diseñadores’, un absurdo ya asumido hasta por la misma comunidad arquitectónica y transmitido al resto de la sociedad con total soltura. ¿Sería posible la realización de buena arquitectura por un arquitecto ‘diseñador’ que no reflexione sobre su obra y la de la historia y su medio? (‘un teórico’), o, más difícil aún, ¿podría un arquitecto tener éxito en su proyecto sin el saber hacer propio del ‘técnico’?

¿Cómo se genera esta situación en las escuelas de arquitectura? Por tradición, por costumbre, por programas avalados por las instituciones de contralor, pero principalmente por un status quo entre los mismo docentes que aceptan que las cosas deben seguir así (¿por comodidad?)

¿Cuál sería el modo de enfrentar esta situación? Las escuelas normalmente descargan en las materias de proyecto la responsabilidad de aglutinar los conocimientos impartidos por las demás asignaturas, pero si dichos supuestos conocimientos no están impartidos ‘desde’ la arquitectura, esto es imposible. Cada docente de historia, de crítica, de construcciones, de estructuras, de gestión o de instalaciones debe entender su materia como arquitectura, no como un satélite estanco y especializado que, tal vez, en algún momento contribuirá a algo que queremos llamar arquitecto. Hasta que ese momento no llegue, mantendré mis dudas sobre el ‘aprender Arquitectura’ en las escuelas de arquitectura.

Ricardo Sargiotti

Marzo 2011 / Mayo 2018

[3]Mies van der Rohe, declaraciones recogidas por Peter Carter

[2]Mies van der Rohe “Bases para la educación en el arte de construir” (1965)

[1]Mies van der Rohe, declaraciones recogidas por Peter Carter

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