Editorial de Revista Domus Nº762 / Julio 1994 / Vittorio Magnago Lampugnani
Traducción: RS
El filósofo Aristippo es víctima de un naufragio frente a las costas de Rodi y, casi exánime, es arrastrado a la playa por la corriente marina. Reponiéndose, al comienzo no sabe cómo orientarse; luego, caminando por la costa, descubre dibujos geométricos impresos en la arena. Viéndolos, la desesperación del sabio se desvanece, y levantándose exclama: “Bene speremus, hominum enim vestigia video”. (“Tenemos buena esperanza, veo trazas humanas”). Si para el filósofo griego náufrago la geometría equivale a la civilización humana tout court, para el teórico de la arquitectura romano que reporta la legendaria desventura esa misma geometría representa la base de cualquier obra proyectual. Vitruvio, en realidad cree, como por otra parte después de él creerán los artistas y teóricos del Renacimiento, que es, a través de ella que el proyecto de arquitectura alcanza a representar el orden del cosmos en el que se inscribe.
Desde entonces, nuestra visión del mundo y nuestras convicciones sobre los fines del proyecto fueron profundamente cambiadas. Los cambios no han sin embargo resquebrajado la relación entre geometría y proyecto. Evidente e histórico para la arquitectura, subsiste, si bien con distintas declinaciones, también para otras disciplinas en las que se subdivide la profesión: para el urbanismo, para el equipamiento, para el diseño artesanal y para el industrial.
Quedémonos, por amor al ejemplo concreto, en la la arquitectura, Su relación con la geometría, tan estrecha como para llegar a confundirse, no es una mistificación romántica ni un resabio del pasado. Se fundaba y todavía se funda sobre bases prácticas, reales y racionales.
Sobre todo: la arquitectura debe ser construida. Las vigas de madera son por su naturaleza generalmente derechas, los ladrillos prismas regulares, las piedras son oportunamente escuadradas para poder ser puestas en fila, apiladas y encastradas entre sí con mayor facilidad, los perfiles de hierro nacen de fusiones lineares y hasta el hormigón armado, material amorfo y plástico por excelencia, se cuela en encofrados que son más simples de montar, mientras más elemental es su morfología. El muro plano y derecho, el ángulo recto, las ventanas y las puertas rectangulares, el techo plano o a faldas regulares nacen sobre todo de exigencias constructivas, de estática y de economía.
Luego: la arquitectura viene equipada. Y, salvo raras excepciones, nunca lo hace una vez para siempre, sino en diversos modos que responden a diversas exigencias y de duración más breve que los edificios. Los elementos que forman tal equipamiento son, por tradición (cuando se trata de muebles antiguos o viejos) o por oportunidad (cuando se trata de muebles nuevos), ortogonales. Es, en consecuencia, en espacios también ortogonales donde serán acomodados de manera más conveniente, apropiada y fácilmente modificable.
Finalmente: la arquitectura es la morada del hombre. Y el hombre, justamente por su naturaleza física, posee un adelante y un atrás, un arriba y un abajo, un lado derecho y un izquierdo; posee, en otras palabras, un sistema tridimensional de coordenadas propio que no es otra cosa que el euclediano. ¿Qué cosa podría ser más racional que tomar este sistema de coordenadas y usarlo como treta para proyectar los espacios que acogen a aquel que lleva el sistema de coordenadas en sí mismo?
No repudio, mientras busco de circunstanciar esta exhortación a una arquitectura marcada (y auto disciplinada) por la línea y el ángulo recto, las complejas experimentaciones formales del barroco o del expresionismo en cuanto tales. No niego de admirar profundamente la introducción de elementos curvilíneos en composiciones perfectamente ortogonales que Le Corbusier (cantor, por otra parte, del poema del ángulo recto) operó con inigualable sabiduría y delicadeza. No escondo, finalmente, mi personal y absoluta incapacidad de trazar en un proyecto mío, aunque sea una sola así llamada forma libre.
Me conforta la convicción que mi exhortación y mi incapacidad no sean solamente los motivos pragmáticos recién adoptados. Porque para la arquitectura en particular y para el proyecto en general la geometría no es un presupuesto de constructibilidad, de facilidad de equipar o de habitabilidad.
Es todo esto y al mismo tiempo aún más: una condición simbólica de certeza. El Don Giovanni de Max Frisch confía a su compañero Don Rodrigo del que está a punto de despedirse: “¿Nunca has probado el simple estupor de frente a un verdadero saber? Por ejemplo: qué es un círculo, un puro lugar geométrico. Yo necesito esta pureza, amigo mío, de esta sobriedad. Necesito precisión, tengo terror del pantano de nuestros estados de ánimo. De frente a un círculo, o de frente a un triángulo no he sufrido nunca vergüenza, no sentí jamás terror. ¿tu sabes qué es un triángulo? es ineludible como el destino: una sola figura compuesta de estos tres elementos que tienes a disposición, y a la esperanza, la apariencia de imprevisibles posibilidades, esa cosa que tan a menudo nos confunde el corazón, desaparece como una locura de frente a estas tres líneas”.
Este es el significado simbólico de la geometría hoy; el significado que trasladado al proyecto, es capaz de conferirle. En cierto modo sintetiza todas las virtudes que pedimos para nuestro oficio y de las que hemos siempre hablado: duración, cauta innovación, esencial banalidad, simplicidad, silencio, densidad, orden, neutralidad, precisión, solidez, funcionalidad, belleza. Potencialmente agrega una que hemos obviado. La hemos obviado porque es una virtud que, contrariamente a las otras mencionadas, no se puede aprehender. No se puede enseñar, ejercitar, desarrollar. Se tiene o no se tiene. Es un don; o si se prefiere, un milagro. Paradójicamente justo esta virtud, así de inefable es aquella decisiva: para la arquitectura como para todas las otras disciplinas del proyecto. Es la poesía.
Vittorio Magnago Lampugnani / Domus, Julio 1994
(Imagen, Gerhard Richter)