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El sillón del livin’ de la abuela

sillon

Escrito en ocasión del llamado a concurso internacional de proyectos para un puente peatonal entre el Palacio Ferreyra y el Museo Caraffa. Córdoba, 2005

Como muchos de ustedes, mantengo el recuerdo del halo que rodeaba al vedado-de-todo-uso sillón del living de la casa de mis abuelos maternos. Hijos de inmigrantes, mantenían una tradición (juro que lo comprobé en Italia) en que ese lugar es “para cuando viene gente” y, por ende, lugar inhibido para reuniones casuales u otros usos, como por ejemplo habitar. Para esto último quedaban los ambientes de la cocina, el lavadero o la galería, en definitiva, los que no necesitaban estar “de punta en blanco”, donde el desorden era aceptado. Como se imaginarán en ese contexto, cuando “venía gente”, también se utilizaban la cocina, el lavadero o la galería; dónde sino podrían sentirse más cómodos visita y anfitriones.

Volviendo al sillón del living con una mirada (humildemente) inquisidora, entiendo que ese lugar era el mausoleo necesario para que esa casa esté completa. Para que las visitas al pasar a su lado pudieran medir el pulso económico y estético de sus dueños que, henchidos de orgullo, pocas veces les sacaban las fundas de nylon que los cubrían.

Toda esta dulce historia de realismo mágico nos lleva a conclusiones que poco condicen con nuestra realidad y, menos, con una visión racional del uso-construcción-costo del espacio doméstico (que, les aseguro, se extiende hasta hoy de manera similar en la casa contemporánea).

Esta reflexión me ayudó a entender una realidad bastante distinta y, no por ello menos mágica: hablo del modo en que el gobierno De la Sota manejó la obra pública de la provincia y, especialmente, de la ciudad de Córdoba. Paso a relatar: el gobierno provincial realizó obras de escuelas, unas doscientas; barrios country para pobres con un total supuesto de doce mil viviendas, una ciudad de las artes, planifica casinos en los predios del ferrocarril Mitre, mientras demuele el Buen Pastor y compra el Palacio Ferreyra para transformarlo en Museo y ampliar el Caraffa hacia el edificio del Ipef, todo esto, como si fuera poco, en medio de la negociación con dos grupos para ver cuál le hará los ministerios, obra culmine de su reinado a cambio de interesantes tierras en la ciudad. Todo “para el bien de la gente”, por supuesto.

De esta enumeración cualquier bien pensante (como cualquier ciudadano de las grandes capitales que él mismo dice tomar de modelo) imaginará otro tanto de: calidad de proyectos, participación, planificación coordinada y a largo plazo, trabajo para muchos, exigencia al talento de los profesionales, etcéteras. Pero no, ningunos de los proyectos fue abiertamente concursado. Hasta aquí, macabra coherencia. Pero no, parece que todo el “ahorro” en concursos era para poder enfrentar algo realmente grande e importante: un concurso internacional de proyectos para un puente peatonal entre el Palacio Ferreyra y el Museo Caraffa.

Supongo que a esta altura, mis inteligentes lectores, comenzarán a dilucidar el intríngulis analógico del sillón del living de mi abuela ¿no?.

El volumen de obras realizadas, en realización y por realizarse parecen, para nuestro gobernador, tener el estatus de cocina, galería o lavadero tenía para mis abuelos. El puentecito, en cambio, es el sillón, estará a la vista de las promiscuas visitas y, si me permiten, tendrá el mismo grado de inutilidad.

Lamentablemente, la inocencia de mis abuelos no sirve de atenuante para el gobernador. Si ellos destinaban tanto esfuerzo a ese minúsculo (y representativo) elemento quitándole atención a los ambientes que realmente habitaban. Como decía al comienzo, eso es atribuible a una tradición no cuestionada; a un tiempo y a una circunstancia particulares y, si quieren a una dulce inocencia. No creo que sea aplicable a la ejecución[1] de una ciudad, aunque sí, paradójicamente, a la ejecución[2] de una ciudad.

Ricardo Sargiotti

Junio 2005 / Abril 2015

[1] ejecutar: llevar a cabo una tarea

[2] ejecutar: cometer un delito

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NOTA

Este artículo fue escrito, como digo al comienzo, como reacción a lo que había sido el accionar del gobierno provincial en materia de obra pública, hecho que desbordó con la llamada al concurso para el puente peatonal (ver próximo post, donde muestro mi propuesta). El tiempo pasado desde entonces no ha hecho más que ratificar aquella dirección, los gobiernos mudaron personajes pero su lógica se mantuvo. Hoy, once años después seguimos sumando ineptitud, planean un nudo vial con puentes peatonales y todo… para la sociedad del espectáculo.

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