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Diseño y Ecología (VML)

Richter arboles

Editorial de Revista Domus N° 771 / Mayo 1995 / Vittorio Magnago Lampugnani

Traducción: de editorial

Desde fines de la década del 60  -por lo menos- ha sido de público conocimiento el hecho de que los recursos energéticos del mundo en el que vivimos no son inagotables, y que deberíamos usarlos de modo parsimonioso. Las advertencias de científicos de diferentes áreas, y sobre todo los pertenecientes al Club de Roma, no tardaron en confirmarse y ser reconocidas por la crisis energética de 1974. En la actualidad, la cuestión de cómo salvaguardar nuestro potencial de energía y, antes que nada, el medio ambiente –afectado como está, con montañas de desperdicios y eternamente amenazado por inmensas subs- tracciones- se ha transformado en un tema político que rápidamente se afianzó en el consciente colectivo. Los arquitectos y diseñadores prontamente acogieron estas ideas en sus trabajos. En consecuencia, han surgido proyectos para la construcción de ciudades ecológicas, con sofisticados sistemas de ahorro de energía y reciclado de residuos. Algunas viviendas se han transformado en complicadas máquinas que atrapan el calor del sol, con invernaderos orientados al eje heliotermal y paneles fotovoltaicos alineados ordenadamente en sus techos. Muchos muebles también han sido calificados como “ecológicos”, e incluso ciertos artículos prácticos están en proceso de adoptar la onda “verde”.

La cultura del diseño de nuestro siglo se ha mostrado siempre muy predispuesta a adoptar la suposición de disciplinas variadas, recibiéndolas con desmedido entusiasmo (u oportunismo, quizás). Sus coqueteos fueron muchos: con tecnicismo en el inicio de este siglo; con los avant-gardes figurativos de la década del 20; con ideología y política en los ´30, con sociología en los ´60, con semiología en los ´70 e historia en los ´80. Y ahora parece ser el momento de la ecología.

Nos lamentaríamos de presenciar otro acontecimiento superficial y de corta vida. Porque creemos que el empeño en un aprovechamiento cuidadoso de los recursos del planeta y en defensa contra la contaminación y destrucción, es un deber civilizado que nadie puede negar. Y también porque creemos que los arquitectos y diseñadores, convocados para moldear y dar forma a todo lo artificial de nuestro mundo, deben ser los primeros en comprometerse con dicho empeño.

No mediante la concentración absoluta en una interpretación reductiva de la ecología, en detrimento de las reglas consolidadas de su profesión. No mediante el diseño de ciudades que son solo autárquicas, de casas solares y nada más, de muebles solo compartibles, o de objetos apenas no contaminantes. Sino mediante el enfoque en el aspecto ecológico, como uno de los muchos determinantes de la producción del diseño.

Usemos un ejemplo para explicar mejor todo esto. Una casa puede ahorrar energía al emplear –para calefaccionar los ambientes y calentar el agua- el calor producido por los paneles solares; y puede reducir la contaminación si está construida con materiales no tóxicos. Pero una casa también puede –lo que es más importante- ahorrar energía si está correctamente orientada en dirección al sol, si todas sus habitaciones están correctamente iluminadas, si las ventanas que miran al norte son pequeñas, y grandes las que dan al sur, si las paredes (y las ventanas, obviamente) poseen un aislamiento adecuado, si cuenta con otra construcción cercana –o un árbol- que la proteja contra vientos fuertes y por último, si los materiales que la componen no implican un gasto extra de energía para su producción. Una casa puede también reducir la contaminación ambiental si está ubicada en un sitio que no obligue a sus habitantes a manejar una distancia extensa todos los días; si está equipada solo con los sistemas genuinamente necesarios (y no con aquellos que están fabricados para brindar un acondicionamiento absoluto en todo momento y durante las cuatro estaciones del año); si se mantienen estas instalaciones lo más “limpio” posible; y si los muebles y los objetos que posee no deben cambiarse periódicamente por el hecho de estar sujetos a los cambios de moda.

Este ejemplo ilustra dos puntos. Primero, que la cuestión de la ecología se relaciona con la gama general del diseño, desde el planeamiento de la ciudad y hasta el diseño artesanal. Segundo, que esta profundamente ligada a la de nuestro labor, y si se obedecen las reglas de ésta última, el diseño cumplirá casi siempre –en casi todos los casos- con las demandas del medio ambiente y de energía. En realidad, el planeamiento tradicional, la arquitectura, el diseño y los muebles son, casi sin excepción, planeamiento, arquitectura, diseños y muebles ecológicos. Las soluciones de diseño que sufren la selección natural del paso del tiempo lo hacen porque cumplen con todas los requerimientos que el diseño impone: inclu- yendo las referidas al medio ambiente y al ahorro de energía. El empeño de respetar la naturaleza no es precisamente un descubrimiento reciente. Es una constante histórica y civilizada. Pero la devastación perpetrada hoy la ha convertido en un imperativo categórico.

Por supuesto que nuestra intención no es exhortar a los protagonistas de la cultura del diseño contemporáneo a creer que si se limitan a hacer su trabajo correctamente, la cuestión ecológica se ordenará automáticamente. Tampoco queremos impulsarlos a que busquen respuestas para el desafío propuesto por un planeta cuyos habitantes, quizás por primera vez en su historia, son ahora capaces de destruir, sino que se busquen a sí mismos dentro de su propia profesión y campo de acción.

El diseño puede ser solo una contribución, entre muchas otras, para la conservación y resguardo de nuestro medio ambiente. Debería llevarse a cabo con un compromiso civilizado y –ante todo- con confianza, honestidad y conciencia disciplinaria.

Vittorio Magnano Lampugnani / Domus, Mayo 1995

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